“Chicle y pega”, lo rescatamos - Fabricación del chicle en Quintana Roo: una tradición en peligro - Por la preservación de los chicleros y su oficio ancestral Por Joaquín Quiroz Cervantes
“Chicle y pega”, lo rescatamos - Fabricación del chicle en Quintana Roo: una tradición en peligro - Por la preservación de los chicleros y su oficio ancestral Por Joaquín Quiroz Cervantes
“Como chicle, hay que estirarse para no romperse” reza el adagio mexicano que bien va al mismo que lo inspira: esa golosina tradicional que por un vacío legal no es reconocido exclusivamente como típico de la región sureste del país, y cuya producción se ha ido desvaneciendo entre la indiferencia, o la falta de interés para impulsarla y preservarla.
De acuerdo con Marciano Dzul, productor de chicle de la región de Quintana Roo, esta es una actividad tradicional que consiste en la extracción de la resina del árbol de chicozapote (Manilkara zapota) para proceder a su transformación, mediante un proceso específico, en gomas de mascar y otros productos relacionados con la industria de los dulces.
MARCIANO DZUL PRODUCTOR CHICLERO
El chicle tradicional era parte integral de la identidad cultural de las comunidades indígenas mayas, pero ha ido desapareciendo y esto impacta en su patrimonio cultural.
“En la región, esta actividad es de gran importancia histórica y económica, ya que ha sido una fuente de empleo y sustento para muchas comunidades locales. Además, el chicozapote es un árbol nativo de la región, por lo que su explotación sostenible ha sido una tradición que se ha transmitido de generación en generación” (Dzul, M., entrevista, 2023).
Podría parecer que la fabricación artesanal del chicle es sólo una actividad más en la historia de Quintana Roo, que se encuentra impregnada de infinidad de tradiciones y actividades culturales únicas; sin embargo, se trata de una práctica ancestral digna de preservarse “que se estira para no romperse” y así perdurar a lo largo de los años.
Culturalmente, la paulatina desaparición del chicle tradicional ha significado la pérdida de prácticas y rituales asociados a su extracción y uso, por esta razón es necesario explorar la historia de su elaboración en Quintana Roo, cómo lo fabrican los habitantes del lugar, cuáles son los riesgos de su desaparición y las propuestas para rescatar esta importante actividad artesanal.
De origen y tradiciones…
El chicle es una resina natural extraída del árbol de chicozapote que abunda en las selvas de Quintana Roo. Durante milenios, los antiguos mayas y otras civilizaciones mesoamericanas aprovecharon esta sustancia para fabricar gomas de mascar y utilizarla con fines medicinales. En esta región, la extracción del chicle se convirtió en una actividad ancestral que ha sido transmitida de generación en generación.
Es una golosina muy socorrida, precisamente, por su origen: se alimenta a la tierra con la semilla del chicozapote; al madurar, produce una savia que es extraída y tratada para dar paso a una base maleable y transformada de distintas maneras; luego, se incorporan los sabores y así se convierte en deleite del consumidor.
Ante los retos de producción sustentable que se presentan en la actualidad, este producto tiene características muy especiales: principalmente, se trata de un producto de origen natural, con total respeto a lo ancestral; además, se muestra amigable con el ambiente, es naturalmente biodegradable y empacado en objetos reciclables fraternos con el entorno.
La elaboración del chicle en el sureste mexicano es una añeja práctica que durante años sirvió para el sustento de familias de algunas localidades, principalmente del Sur de Quintana Roo, incluso de linajes que por generaciones fueron heredando su conocimiento.
Antes de ser reconocida como potencia turística, la región de Quintana Roo era conocida por la producción y explotación de árboles de maderas preciosas y de la existencia de especies endémicas como el chicozapote, a cuya corteza se hacen unos cortes en forma de “v” para obtener una savia lechosa que al secarse da origen al chicle.
A ciencia cierta, no se tiene registro de quién descubrió esta propiedad del referido árbol, solo se sabe que fueron los mayas quienes observaron y utilizaron dicha resina.
Así, toda una cultura de dulce tradición respalda a los productores de chicle, comúnmente conocidos como “chicleros”, quienes desarrollaron en sus campamentos características muy especiales, costumbres, códigos y normas específicas.
Durante medio año, los chicleros se dedicaban a la elaboración de su producto, y la otra mitad, a la explotación y tala de árboles de maderas preciosas, como el cedro, la caoba, el árbol de pimienta, entre otros.
La historia de los chicleros, en sus campamentos, se nutrió de personas trabajadoras de localidades cercanas de Sudamérica, principalmente de Belice, Guatemala, El Salvador y Honduras. No cualquiera se animaba a trabajar en estos sitios, debido al insoportable calor, y el riesgo de enfermedades como la malaria, dengue, fiebre amarilla, deshidrataciones y mordedura de serpientes, entre otras.
Un sustento documental de esto se encuentra en la película “La Selva de Fuego”, filmada en Chetumal, Quintana Roo, en 1945, entonces territorio federal (hasta 1974 que se convirtió en entidad); dirigida por Fernando de Fuentes y protagonizada por Arturo de Córdova y Dolores del Río, que narra la vida de los integrantes de un campamento chiclero.
En esta película de la década de 1940, se muestra que no estaba permitida la entrada de mujeres en dichos campamentos; incluso, la danza tradicional de la región, denominada “El Baile de Chicleros”, hasta ahora vigente, se hacía sólo con hombres y uno de ellos se vestía de mujer (filmografía).
Desde la preparación de la tierra, escoger los árboles de chicozapote aptos para la explotación de su savia, y el proceso para elaborar el chicle, eran actividades cotidianas en los campamentos chicleros.
Hasta ahora, no hay evidencia de la existencia de un inventor o descubridor de esta golosina; sin embargo, hay referencias de los primeros comercializadores, como el ex presidente de México, Antonio López de Santana, quien presentó el chicle a los empresarios norteamericanos Thomas Adams y Chicago William Wrigley.
La relación entre el chicle tradicional y la selva tropical de Quintana Roo es estrecha y simbiótica. Los árboles de chicozapote crecen de manera natural en los bosques tropicales de la región y su explotación sostenible ha sido fundamental para la subsistencia de las comunidades locales.
La fabricación artesanal de este producto ha sido una actividad heredada, por lo tanto, una forma de preservar el conocimiento ancestral sobre el uso de los recursos naturales. Su importancia económica en Quintana Roo radica en la exportación y el sustento que representa para las comunidades locales.
Durante muchos años, el chicle fue uno de los principales productos de exportación de la región, esto generó ingresos significativos para las comunidades locales y contribuyó al desarrollo económico de la zona.
Además de su importancia económica, la industria del chicle tradicional también tiene un fuerte componente cultural. La extracción y producción forma parte del patrimonio de las comunidades indígenas mayas. El producto ha sido utilizado en rituales y ceremonias, y su conocimiento y práctica son parte integral de la identidad cultural de la región.
Lo anterior no ha sido suficiente para mantener latente el potencial de esta práctica, ya que, en las últimas décadas, la llegada de gomas de mascar sintéticas y el cambio en los patrones de consumo han llevado a una disminución significativa de la producción y comercialización del chicle tradicional en Quintana Roo.
La demanda de gomas de mascar sintéticas más baratas, y de producción industrial, ha provocado que muchas comunidades abandonen la extracción del chicle y busquen otras fuentes de ingresos.
Este proceso respecto del tema chiclero tradicional representa una amenaza, por el riesgo de la pérdida cultural, y también económica, para la región. La disminución de la producción impacta de manera negativa en las comunidades indígenas, que han perdido una fuente de ingresos considerable, además de debilitar la conexión con la selva tropical y su conocimiento ancestral.
Es así como los efectos negativos de la desaparición de la industria del chicle no sólo son de índole económico sino también cultural: en términos económicos, las comunidades han perdido una fuente importante de ingresos; respecto del ámbito cultural, se ha generado una desconexión de las personas con la selva tropical y sus recursos naturales, además de la pérdida de conocimiento valioso sobre el uso sostenible de los recursos y la preservación de la biodiversidad.
Culturalmente, la desaparición del chicle tradicional también significa la pérdida de prácticas y rituales asociados a su extracción y uso.
Mascando historia…
Hace 88 años se retiró Roberto Canul Briseño, un chiclero de la zona de Felipe Carrillo Puerto, en Chetumal, quien cuenta que durante 40 años fue productor chiclero y trabajó en Central Flores, Los Cantiles, Río Escondido, Laguna Guerrero, Juan Sarabia, Polinkín, El Parnaso, El Pulguero, en los campamentos Dos Aguadas, El Gallito, La Pasadita y, finalmente, en Los Lirios. Todos, campamentos en medio de la selva, sin carreteras, con caminos de tierra transitados por mulas, y que hoy se han convertido en pueblos con carreteras.
“Era una tarea bastante dura pero también gratificante. Cada día, para ir a sacar chicle, tenía que caminar alrededor de quince o dieciséis kilómetros, desde el trabajadero hasta el hato, y luego regresar al final del día. Los chicleros teníamos nuestros propios caminos y rara vez nos perdíamos” (Canul Briseño, R., entrevista, 2023).
Cuenta que cuando trabajó en Sacxán, en un campamento llamado Los Monos, había alrededor de tres mil chicleros en el monte, “sin duda así era, porque un solo contratista empleaba a trescientos hombres. Movíamos nuestros campamentos cuando se agotaba el chicle, avanzando unas tres o cuatro leguas hacia adelante”.
Las casas o hatos, cuenta Canul Briseño, se quedaban y eran utilizadas por otros chicleros alrededor de cinco años después, o incluso por los tumbadores de caoba. Muchos de esos campamentos desaparecieron debido a que el clima cambió y ya no llovía como antes, lo que provocó la escasez de agua.
Reconoce que el chicle era una parte fundamental de los habitantes de la región, el sustento que les permitía mantener a las familias.
“Aunque no nos hacía ricos, nos brindaba una forma de vida única. Trabajar en el campo de chicozapote era duro, pero también nos permitía estar en contacto con la naturaleza y disfrutar de la selva. Además, la extracción del chicle era una tradición arraigada en el entonces territorio hoy estado de Quintana Roo” (Canul Briseño, R. Ibidem).
En aquel entonces, narra Roberto, la extracción del chicle era todo un ritual: primero, se seleccionaba un árbol de chicozapote adecuado, generalmente uno de al menos 15 años de edad y de buen tamaño; luego, se realizaba una incisión en la corteza del árbol, en forma de V, o X, con un cuchillo especial llamado colayo. Se dejaba que la resina blanca y pegajosa, el chicle, fluyera hacia un recipiente colocado debajo de la incisión.
Después de recolectar el chicle, se llevaba al campamento donde se procesaba. Se hacían bolas pequeñas de chicle y se les daba forma con las manos para facilitar su manejo. Luego, se envolvían en hojas de plátano para su transporte y venta. En ocasiones, se agregaban aditivos naturales, como el azúcar de caña, para mejorar el sabor del chicle.
De acuerdo con Roberto, la venta del chicle se realizaba a través de intermediarios o “atravancadores”, comerciantes locales o representantes de empresas que visitaban los campamentos para adquirir el chicle recolectado. “Negociábamos el precio por kilogramo de chicle y ellos se encargaban de llevarlo a los centros de procesamiento y fabricación”.
El chicle recolectado se utilizaba, principalmente, para la fabricación de goma de mascar. Algunos atravancadores también compraban chicle y lo exportaban a otros países.
Uno de los principales desafíos que enfrentaban en aquel entonces los productores, según refiere Roberto, era la dificultad del terreno, ya que trabajar en la selva requería caminar largas distancias para llegar a los árboles de chicozapote. Además, las condiciones climáticas podían ser extremas, con altas temperaturas y humedad y, en algún momento, la escasez de agua. Algunos campamentos desaparecieron debido a la falta de lluvia.
El mercado del chicle era variable. Los precios eran inciertos y dependían de factores externos. Esto significaba que los ingresos de los chicleros podían ser inestables y a veces insuficientes.
Mascando y fabricando
En las vastas selvas de Quintana Roo, admiradas por su riqueza natural, aún abunda el chicozapote, árbol de cuyas generosas venas mana una savia que, durante milenios, los antiguos mayas y otras civilizaciones mesoamericanas aprovecharon para fabricar gomas de mascar y utilizarlas con fines medicinales.
La extracción del chicle se convirtió en una actividad ancestral, su fabricación ha sido trasmitida de generación en generación. Heredero de tal práctica, Marciano Dzul explica el proceso actual:
“Los chicleros buscamos los árboles adecuados para el corte. Se procede a limpiar su entorno y a preparar la base del tronco. Luego, se realiza el corte inicial en el tronco del chicozapote, seguido de cortes adicionales en la base, creando una especie de cuchara en la que se coloca una bolsa especial llamada ‘bolsa aparadora’" (Dzul, M., Ibidem).
La elaboración artesanal del chicle es un proceso laborioso y meticuloso. Después de recolectar la resina del chicozapote, los chicleros cocinan la resina a fuego lento, en grandes cazuelas de barro, antes de ser moldeada.
“Cuando el chicle está cocido, se retira la paila del fuego y se coloca sobre estacas para evitar que toque el suelo. Luego, el chicle caliente se vacía sobre una superficie con jabón, donde los chicleros lo moldean en forma de pelotas, aplanándolo con las manos jabonosas y marcándolo con sus iniciales” (Dzul, M., Ibidem).
Este proceso, especifica Marciano Dzul, es esencial para transformar la resina cruda en un chicle que, después de ser secado al sol, es empacado y queda listo para su comercialización y consumo.
Las leyes “no pegan chicle”
El vacío legal que desprotege la denominación de origen y riqueza cultural del chicle, es sólo uno de los elementos que ponen en riesgo la continuidad de esta tradición en Quintana Roo.
Existen otras amenazas, como el crecimiento de la industria del chicle sintético, además de la falta de apoyo y el reconocimiento por parte de las instituciones. Esto ha llevado a que muchos artesanos abandonen dicha práctica, por la falta de incentivos económicos y la pérdida del interés de las generaciones jóvenes para continuar esta actividad artesanal.
Respecto de las medidas legales para brindar certeza jurídica y protección a los productos con denominación de origen, a diferencia de otros como el tequila o el queso manchego, el chicle tradicional no cuenta con un marco legal sólido que respalde su producción y comercialización.
Esta falta de protección tiene consecuencias significativas para la industria chiclera: la primera es la dificultad para distinguir y diferenciar el chicle tradicional de otros productos de goma de mascar sintéticos o artificiales; la segunda, sin una denominación de origen protegida, cualquier producto puede ser comercializado como chicle, sin la exigencia de cumplir con los estándares de calidad, métodos de extracción sostenibles o respeto por las prácticas culturales asociadas.
Esto también dificulta la promoción del producto y su posicionamiento en el mercado, lo que limita las oportunidades de negocio para las comunidades chicleras que, en consecuencia, reciben menos ingresos económicos, y muchas optan por el abandono de su actividad tradicional.
Otra consecuencia de la falta de medidas legales para proteger al chicle tradicional es la vulnerabilidad ante la biopiratería y la explotación no sostenible de los recursos naturales. Al no contar con una regulación adecuada, los árboles de chicozapote, así como los conocimientos asociados a su extracción y producción, están expuestos a la sobreexplotación y el uso sin consentimiento ni beneficio para las comunidades locales.
Se suma a la lista de amenazas la llegada de gomas sintéticas que han tenido un impacto significativo en el mercado del chicle tradicional. Estos productos artificiales absorben la demanda y generan consecuencias para la industria tradicional.
Respecto de la importancia de la propiedad industrial y la denominación de origen, Hugo Alday Nieto, diputado integrante de la Comisión de la Industria y Comercio de la XVII Legislatura de Quintana Roo, abogado experto en propiedad industrial, explicó:
“La propiedad industrial se refiere a la protección legal de invenciones, marcas, diseños industriales y otros activos intangibles relacionados con la innovación y la creatividad. Es relevante para nuestra región, porque puede impulsar la competitividad y la comercialización de productos específicos, generando así beneficios económicos y protegiendo la cultura y la tradición local” (Alday N. H., entrevista, 2023).
Mencionó que la denominación de origen garantiza la autenticidad de un producto, así como su alta calidad, de ahí la importancia de que el chicle natural de la región cuente con este respaldo jurídico, ya que “no sólo protege la identidad cultural y la herencia histórica de la región, sino que también abre oportunidades de mercado y promueve el turismo”.
Dado el valor cultural e histórico que tiene el chicle de Quintana Roo, refirió el diputado local, su denominación de origen implicaría más oportunidades comerciales en los mercados nacional e internacional.
El camino para alcanzar tal objetivo, de acuerdo con Alday Nieto, se construiría con el compromiso y la colaboración de legisladores, productores locales y otras partes interesadas, para obtener un estudio que identifique las características únicas del chicle producido en Quintana Roo y el sureste de México.
Después, sería necesario presentar una propuesta de ley en el Congreso del Estado para establecer la denominación de origen, respaldada y promovida por la comunidad local y la industria chiclera.
Proteger la conexión entre el chicle tradicional y su origen geográfico, conocer sus características únicas, además de promover prácticas sostenibles de extracción y producción, son acciones que se requieren con urgencia para dar respaldo legal, tanto a la fabricación como al producto, y así evitar su desaparición.
También es necesario gestionar un apoyo legal institucional que impulse la comercialización de los productos de chicle natural, con la finalidad de generar oportunidades de mercado, además de difundir su valor cultural y económico.
Impacto de las gomas sintéticas
Uno de los principales factores que ha contribuido a disminuir la producción y comercialización del chicle natural de la región, es la competencia de las gomas de mascar sintéticas que tienen mayor disponibilidad y accesibilidad en el mercado.
Se trata de gomas producidas en masa, ampliamente disponibles en tiendas y supermercados, a precios más bajos en comparación con el chicle tradicional. Esto ha llevado a que los consumidores opten por estas alternativas más económicas y de fácil acceso.
Además, las gomas sintéticas han ganado popularidad por su amplia variedad de sabores, texturas y presentaciones innovadoras. Los fabricantes invierten en investigación y desarrollo para crear productos atractivos que se ajusten a las preferencias y demandas del consumidor moderno. Esto genera una mayor atracción de compra y contribuye al crecimiento en el mercado.
Las consecuencias negativas para la industria chiclera tradicional, respecto de la alta demanda en el mercado de gomas sintéticas, también incluyen la disminución de ingresos económicos para las comunidades productoras, lo que afecta su sustento y la preservación de esta actividad.
La dificultad para diferenciar a las gomas sintéticas del chicle tradicional ha generado un debilitamiento de la identidad y del valor de este producto en el mercado.
Otro aspecto importante a considerar es el impacto ambiental de las gomas sintéticas. Mientras que el chicle tradicional proviene de árboles de chicozapote y se considera un producto natural y biodegradable, las gomas sintéticas están compuestas de materiales no biodegradables y contribuyen a la acumulación de residuos plásticos en el medio ambiente.
La difícil situación por la que atraviesa actualmente la industria chiclera de Quintana Roo, no ha sido la única. En entrevista, Manuel Aldrete, presidente del Consorcio Chiclero S.A. de C.V., recordó que en las décadas de 1970 y 1990, se vivió una crisis ocasionada por la baja demanda de goma natural en el mercado internacional.
Para el empresario, este momento representó la oportunidad de hacer historia reactivando la industria mediante Chicza: “Mi mayor apuesta fue trabajar en conjunto con los chicleros de Quintana Roo y Campeche, creando una asociación que nos permitiera elevar la producción y reactivar la economía de la región” (Aldrete, M., entrevista, 2023).
La idea de Chicza, marca de goma de mascar orgánica y biodegradable, surgió como una respuesta a la necesidad de innovar, tomando en cuenta el potencial del chicozapote, árbol que abunda en el sureste mexicano y produce látex de alta calidad.
Uno de los puntos fuertes de la empresa, de acuerdo con Manuel Aldrete, ha sido el compromiso con la sostenibilidad y la producción orgánica, amigable con el medio ambiente y la salud; “… el hecho de que nuestra goma de mascar esté libre de bases plásticas, solventes y aditivos artificiales la hace única en su tipo”.
Asimismo, Chicza ha invertido en investigación y desarrollo para la creación de una fórmula patentada y un proceso de producción estandarizado que garantiza la calidad y el sabor.
El proceso de producción consiste en seleccionar los árboles de chicozapote sanos y con capacidad productiva, de los cuales se extrae la savia de manera sostenible y cuidadosa, sin dañar al árbol. Después, esta pasa por un proceso de cocción y se convierte en bloques que luego son tratados en una planta donde se mezclan con saborizantes naturales y se elaboran las tabletas de goma de mascar.
La importancia del chicozapote para la región tiene distintas vertientes. De acuerdo con Aldrete, no sólo es una fuente de ingresos para los ejidatarios locales, sino que también es un recurso renovable. “Un árbol puede producir savia durante un periodo de cien años, con tiempo de recuperación de entre cuatro y seis años, y vivir hasta quinientos años”. Esto es lo que hace que el chicozapote sea esencial para la sostenibilidad económica y ecológica de la región.
Chicza fabrica hasta doscientas toneladas de goma de mascar al año y se distribuye en 36 países. Aldrete asegura que la recepción en los mercados internacionales ha sido positiva: “La ausencia de ingredientes artificiales y plásticos la hace atractiva para aquellos que buscan alternativas más naturales y amigables con el medio ambiente”.
Con base en su experiencia, el empresario de Chicza está convencido de que el apoyo gubernamental es esencial para el crecimiento de la industria chiclera y la protección del producto original de Quintana Roo.
“La obtención de una denominación de origen sería un paso importante para garantizar la autenticidad y calidad de nuestros productos”; además, añade, esto ayudaría a preservar las tradiciones y herencia cultural asociada con el chicle en la región.
Chicleros sin respaldo
El aparente desinterés por parte de las instancias gubernamentales es una de las variables que, se percibe, han influido en la problemática que enfrenta la industria chiclera en la región.
En entrevista, Roberto Canul Orendaín, productor chiclero y líder de la Cooperativa Benito Juárez, asegura que la falta de apoyo gubernamental, como incentivos adecuados, capacitación y asistencia técnica, ha provocado que las comunidades chicleras enfrenten dificultades para mantener y mejorar las operaciones de extracción y producción del producto. “La falta de recursos financieros, tecnológicos y de capacitación ha debilitado nuestra competitividad y rentabilidad, poniendo en riesgo nuestra forma de vida ancestral”.
Señala que no existe apoyo para realizar estudios de mercado, promoción y difusión que impulsen la visibilidad y reconocimiento del chicle natural producido en la región. Esto pone una barrera para ampliar la demanda y generar interés de clientes de consumo potencial; además de debilitar la identidad cultural y trascendencia del conocimiento tradicional asociado a la extracción y producción del chicle, lo que provoca que las gomas sintéticas dominen el mercado.
Sin impulso por parte del gobierno, reconoce el productor, disminuyen los recursos y se pierde el interés por preservar esta actividad ancestral que va dejando de trascender entre las nuevas generaciones, lo que pone en riesgo el legado cultural.
Asimismo, la carencia de incentivos económicos impacta de manera negativa la sostenibilidad de esta práctica, ya que por la falta de inversión en tecnología y mejores prácticas de extracción se cae en una soreexplotación de los árboles de chicozapote y la pérdida de la biodiversidad en la región.
“Antes, instancias como la Comisión Nacional Forestal (Conafor) tenían programas específicos de apoyo para los productores de chicozapote; sin embargo, a raíz del nuevo sexenio federal, quedamos fuera de ayuda de este tipo. Lo mismo los programas para el apoyo al campo, ahora son sólo algunos programas más tendientes a beneficio social, pero lo que antes era el Procampo, o los Apoyos rurales a la palabra, desaparecieron” (Canul Orendaín, R., entrevista, 2023).
El tema de los canales de distribución y el acceso a los mercados internacionales ha sido un factor de riesgo para la producción chiclera, de acuerdo con Roberto, ya que no existe una promoción, ni apoyo logístico adecuado para la exportación y comercialización de los productos.
El productor hace un llamado a los gobiernos federal y estatal para que reconozcan la importancia económica, cultural y ambiental de la industria chiclera tradicional, y que tomen medidas concretas para respaldarla, como el desarrollo e implementación de programas de apoyo financiero, capacitación técnica y promoción de los productos de chicle natural.
Asimismo, llama a impulsar la regulación y establecer mecanismos legales de protección que aseguren la sustentabilidad de la extracción y producción del chicle tradicional, así como promover prácticas sostenibles y el respeto por la biodiversidad en la región.
Recinto fiscalizado, esperanza y engaño
En Chetumal se gestó el proyecto de un recinto fiscalizado que se pretendía edificar, entre otros propósitos, para la comercialización de productos como el chicle. Sin embargo, esto no logró concretarse y se ha visto envuelto en controversias y presuntos actos de corrupción.
Para conocer detalles respecto del estado o desarrollo de dicho proyecto, se buscó a Rosa Elena Lozano Vázquez, quien fuera secretaria de Desarrollo Económico de Quintana Roo; sin embargo, la ex funcionaria no ha sido localizada debido a que enfrenta investigaciones por presuntos actos de corrupción.
La falta de seguimiento al recinto fiscalizado ha generado la percepción de ser un engaño, y con esto la preocupación y decepción entre la comunidad, ya que se tenía la expectativa de que este proyecto pudiera beneficiar la comercialización del chicle, entre otros productos que pudieran fomentar el desarrollo económico de la región.
La nueva administración de la gobernadora Mara Lezama, a través de la secretaria de Desarrollo Económico, Karla Almanza, refiere que han identificado la viabilidad de algunos proyectos pendientes que podrían ser clave para reactivar la economía de la zona sur del estado. “Uno de ellos es el Parque Industrial con Recinto Fiscalizado Estratégico, el cual quedó aplazado y tiene un gran potencial de desarrollo”.
Respecto del apoyo a los productores del chicle mediante el recinto fiscalizado, explica que han sido analizadas las propuestas que puedan contribuir de mejor manera al desarrollo de la región. “Nuestro objetivo es que los proyectos sean rentables, por lo que estamos evaluando cuidadosamente los perfiles y las cartas de intención de los inversionistas”.
Mencionó que, con los productores chicleros, se analiza la posibilidad de retomar los programas que quedaron pendientes, sobre todo de comercialización, algo que podría incluirse en el presupuesto del próximo año; añadió: “Se están integrando diversas carpetas y dando seguimiento por pendientes sobre dinero que desapareció de la secretaría de programas que iban enfocados directamente al apoyo de chicleros”.
El chicle, en picada
Para Raúl Arístides Pérez Aguilar, destacado académico, especializado en temas del chicle, en los últimos años se ha observado un declive preocupante en esta industria, debido a factores como la falta de apoyo gubernamental, la competencia de sustitutos sintéticos y cambios en los patrones de consumo.
Desde el punto de vista académico, debido a la falta de apoyo para la comercialización del chicle, los productores se enfrentan a dificultades para encontrar mercados y distribuidores que valoren y promuevan el chicle natural de Quintana Roo, esto disminuye la demanda, producción y venta.
Reconoció que Chicza es una empresa socialmente responsable que ha trabajado para revivir la industria chiclera en Quintana Roo. Ha establecido relaciones comerciales directas con comunidades productoras locales para garantizar precios justos y condiciones equitativas para los chicleros. Además, apuesta por una producción de chicle orgánico certificado y sostenible, respeta el medio ambiente y promueve prácticas de recolección responsables. Su compromiso con la conservación de la selva y el bienestar de las comunidades ha sido un modelo a seguir en la industria.
Enfatiza en que valorar y proteger la industria chiclera como un patrimonio cultural, y una fuente de empleo y sustento para las comunidades locales, es responsabilidad de todos: tanto del gobierno como de la sociedad en general, "sólo a través de un esfuerzo conjunto podremos asegurar su supervivencia y promover un desarrollo sostenible en la región”.
Estirando el chicle para preservarlo
Samuel Canché Tec pertenece a una de las familias de mayor linaje en la industria chiclera. Desde su experiencia como productor, refiere que la industria del chicle en Quintana Roo, México, es una tradición que involucra diversos actores, desde los productores de campo hasta los transportistas y vendedores, y que durante mucho tiempo ha sido fuente de ingresos para miles de familias.
Se estima que alrededor de mil quinientos productores de campo están directamente involucrados en la extracción del látex del chicozapote, mientras que unos tres mil campesinos participan en diversas etapas de la producción.
De acuerdo con datos proporcionados por el también integrante de la cooperativa Benito Juárez de productores chicleros de Quintana Roo, aproximadamente mil transportistas se encargan del traslado de la materia prima, y alrededor de cinco mil vendedores comercializan los productos derivados del chicle tradicional.
En conjunto, esta cadena de valor genera empleo y sustento para una cantidad significativa de personas en el estado.
Canché Tec refiere que la calidad y el carácter sostenible del chicle natural son fortalezas de venta únicas en un mercado cada vez más consciente del cuidado del medio ambiente, por lo que fomentar la extracción y producción sostenible de este producto puede ser un modelo para promover prácticas ambientalmente responsables en otras industrias.
Desde las entrañas del chicozapote, rescatar al chicle
El chicle natural artesanal que se produce en la región de Quintana Roo es un tesoro cultural que ha resistido al paso del tiempo. Sin embargo, su existencia está amenazada por diversos factores.
Para rescatar esta tradición, los distintos actores involucrados coinciden en la necesidad de apoyo y reconocimiento, tanto por parte de las instancias gubernamentales, como a nivel social.
La promoción de la fabricación artesanal del chicle en Quintana Roo no sólo puede garantizar la preservación de una técnica ancestral, sino también impulsar el desarrollo económico y turístico de la región.
Es importante considerar las posibles soluciones y medidas para preservar la industria chiclera tradicional, como el impulso por parte de las autoridades gubernamentales para brindar apoyos financieros y técnicos; facilitar la adquisición de nueva tecnología, y mejorar así las técnicas de extracción del chicle.
También se requiere promover programas de capacitación que transmitan los conocimientos ancestrales y fomenten la innovación en la producción.
Otro punto fundamental es la creación de alianzas y colaboraciones entre los productores de chicle, las empresas y otras organizaciones interesadas en su preservación. Ejemplo de esto es el caso inspirador de Chicza.
Las alianzas estratégicas con más empresas como esta podría ser una oportunidad para fortalecer la cadena de valor de la industria chiclera, mejorar la comercialización del producto y expandir su alcance en los ámbitos nacional e internacional.
Con base en el contexto histórico y actual, así como las experiencias compartidas respecto de la extracción, producción y comercialización del chicle artesanal de Quintana Roo, es posible decir que para garantizar la supervivencia de esta industria se necesita concientizar a la sociedad sobre la importancia de consumir productos naturales y sostenibles, ya que muchos consumidores desconocen el proceso de extracción y los beneficios que ofrece en comparación con los productos sintéticos.
Asimismo, la educación y la divulgación son herramientas poderosas para cambiar esta situación: campañas de sensibilización, promoción en redes sociales, colaboraciones con divulgadores digitales, llamados influencers, y el aprovechamiento de medios de comunicación, podría ayudar a difundir el mensaje respecto de los beneficios del consumo de productos naturales como el chicle artesanal.
La industria chiclera de Quintana Roo es un tesoro ancestral que merece ser protegido y valorado. Su preservación no sólo garantizará la subsistencia de las comunidades locales y la conservación de la biodiversidad en la región, también abrirá nuevas oportunidades de desarrollo sostenible.
Al elegir productos naturales como el chicle se contribuye a la conservación del medio ambiente y al apoyo de la economía de muchas familias que dependen de esta industria.
El compromiso de las autoridades gubernamentales es fundamental para implementar políticas y programas que apoyen la producción y comercialización del chicle tradicional. Esto implica la asignación de recursos económicos y la creación de incentivos para fomentar la inversión en infraestructura y tecnología, así como la promoción de la calidad y autenticidad de los productos chicleros.
La colaboración de instituciones de investigación y conservación también puede mejorar las prácticas de extracción del chicle, garantizar la sostenibilidad de los recursos naturales y promover la reforestación de los bosques de chicozapote.
La concientización y educación son vitales para cambiar los hábitos de consumo y promover la compra de productos naturales y sostenibles, para esto, es importante desarrollar campañas de comunicación sobre la historia, cultura, procesos de producción, comercio justo y beneficios del chicle tradicional, así como su impacto positivo en el medio ambiente.
Además, es necesario impulsar la participación de las comunidades locales en la gestión y difusión de los beneficios de la industria chiclera. Esto implica promover la organización y fortalecimiento de cooperativas, brindarles capacitación empresarial y facilitar su acceso a mercados justos.
Apoyar a las comunidades locales y asegurar una distribución equitativa de los beneficios económicos, creará un sentido de pertenencia y compromiso con la preservación de la industria chiclera que, en Quintana Roo, enfrenta desafíos significativos; sin embargo, con la implementación de soluciones y medidas adecuadas, es posible preservarla y revitalizarla.
Reconocer su valor cultural y económico, establecer alianzas estratégicas y promover la conciencia sobre el consumo de productos naturales y sostenibles, son pasos fundamentales para lograr este objetivo.
Arrivillaga Córtes, A. (2006). La tradición popular: chicle, chicleros y chiclería, su historia en El Petén. Guatemala, Guatemala: Universidad San Carlos de Guatemala, Centro de Estudios Folclóricos, Imprenta Llerena.
Notimex, El Financiero (2014). México, segundo consumidor de chicle a nivel mundial, recuperado el 3 de noviembre de 2022 en: https://www.elfinanciero.com.mx/economia/mexico-con-el-segundo-lugar-en-consumo-de-chile.
ProEcuador, negocios sin límites (2021). Chicles, recuperado el 3 de noviembre de 2022 en: https://www.proecuador.gob.ec/?s=chicles.
López Espínola, S. (2017). Los Chicleros. Campeche, México. Gobierno del Estado de Campeche, Talleres de la Secretaría de Cultura Campeche
Suum consumo sensible (2020). La historia de la goma de mascar (y cómo nació en México), recuperado el 3 de noviembre de 2022 en: https://suum.mx/chicle-historia-goma-mascar-mexico.
“La Selva de Fuego”.
Dirección: Fernando de Fuentes.
Guion: Tito Davison.
Protagonistas: Dolores del Río y Arturo de Córdova.
México, 1945.
Comentarios 0